una estimulación de una duración sumamente breve, pero que ofrece información
importante que puede exigir una respuesta. Estos estímulos se almacenan inicialmente —y
en forma fugaz— en la memoria sensorial, el primer depósito de la información que nos
presenta el mundo. En realidad, hay varios tipos de memorias sensoriales, cada una de las
cuales se relaciona con una fuente distinta de información sensorial. Por ejemplo, la memoria
icónica refleja información del sistema visual. La memoria ecoica almacena información
auditiva que proviene de los oídos. Además, hay memorias correspondientes a cada uno
de los otros sentidos.
La memoria sensorial almacena información durante un periodo muy breve. Si la información
no pasa a la memoria de corto plazo, se pierde para bien. Por ejemplo, la memoria
icónica al parecer dura menos de un segundo y la memoria ecoica por lo general se desvanece
al cabo de dos o tres segundos. Sin embargo, pese a la breve duración de la memoria
sensorial, su precisión es elevada: la memoria sensorial puede almacenar una réplica casi
exacta de cada estímulo al que se expone (Darwin, Turvey y Crowder, 1972; Long y Beaton,
1982; Sams et al., 1993; Deouell et al., 2006).
El psicólogo George Sperling (1960) demostró la existencia de la memoria sensorial en
una serie de ingeniosos —ya clásicos— estudios. Expuso brevemente a personas a una
serie de 12 letras dispuestas en el patrón siguiente:
gente sólo recordaba cuatro o cinco de las letras con precisión. Aunque sabían que habían
visto más, el recuerdo de esas letras se había desvanecido para el momento en que informaron
las primeras letras. Era posible, entonces, que la información se hubiera almacenado con
exactitud inicialmente en la memoria sensorial, pero durante el tiempo que se llevó verbalizar
las primeras cuatro o cinco letras el recuerdo de las otras letras se desvaneció.
Para poner a prueba esa posibilidad, Sperling realizó un experimento en el que hizo
que sonara un sonido alto, medio y bajo justo después de que se había expuesto a la persona
al patrón completo de letras. A la gente se le pidió que informara las letras de la línea
más alta si oía un sonido alto, la línea intermedia si oía un sonido medio o la línea más baja
si oía un sonido bajo. Dado que el sonido aparecía después de la exposición, la gente tenía
que basarse en su memoria para informar la hilera correcta.
Los resultados del estudio demostraron claramente que las personas habían almacenado
el patrón completo en la memoria. Recordaron con precisión las letras en la línea que se
les había indicado en función del sonido independientemente de si estaba en la línea superior,
intermedia o inferior. Obviamente, todas las líneas que habían visto se habían almacenado
en la memoria sensorial. Pese a su rápida pérdida, entonces, la información en la
memoria sensorial era una representación precisa de lo que había visto la gente.
Al prolongar gradualmente el tiempo entre la presentación del patrón visual y el sonido,
Sperling logró determinar con cierta exactitud la cantidad de tiempo que estuvo almacenada
la información en la memoria sensorial. La capacidad para recordar una
determinada hilera del patrón cuando se hacía sonar un sonido disminuyó progresivamente
conforme aumentó el periodo entre la exposición visual y el sonido. Esta disminución
continuó hasta que el periodo alcanzó cerca de un segundo de duración, momento en el
cual no podía recordarse la hilera con precisión. Sperling llegó a la conclusión de que toda
la imagen visual se almacenó en la memoria sensorial durante menos de un segundo.
En resumen, la memoria sensorial opera como una especie de foto instantánea que
almacena la información —que puede ser de naturaleza visual, auditiva o de otro tipo—
durante un breve instante. Pero es como si cada foto, inmediatamente después de haber
sido tomada, se destruyera y reemplazara con una nueva. Si la información en la fotografía
no se transfiere a algún otro tipo de memoria, se pierde.
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